18/10/13

VEINTISIETE TECLAS

Está bien, allá voy. Técnica del grifo abierto, con el miedo de saber que las cosas importantes se rompen cuando las tocas, que estas veintisiete teclas no abarcan lo trascendente y las palabras que tengo no bastan. Ya lo dijo alguna vez un escritor, que las cosas que más cuesta expresar son las que más nos invaden, que el lenguaje minimiza y aniquila, y es verdad, ¿o no he dicho alguna vez que me dolía la razón, que se me hacían espuma los huesos, que me sudaba dolor al acariciar la almohada? Nunca he sabido decir como Dios manda qué siento.
Y empiezo entonces a teclear que te quiero, pero eso ya te lo he dicho y ya se lo he dicho a tantos, y que voy a estar aquí, pero han ignorado eso tantas personas, y otras tantas me han mentido justo así. 
Y quiero decirte algo que nunca antes haya dicho a nadie más.  
Y no quiero que tú seas en lo que escribo un reload de tropiezos del pasado.
El primero fue un Jumanji que me convirtió en fantasma dejándose en el tablero su ficha quieta y su dado. Yo una selva de oportuna inmadurez: el juego del "nunca más" y del llanto en el lavabo.
El segundo una oleada de tormentas que me hicieron olvidar qué hacía allí, de rodillas implorando. A más viento, más tiene una que estirar las muñecas y la boca. A más claridad, más fe: casi me convierto en humo aquella vez, casi me quedo allí rota.
Llegó el juicio final y les pedí mi perdón, y ya me fue perdonado y también perdoné yo, y ahora te miro y no sé cómo explicar qué eres tú, porque todo queda siempre por debajo, y el mundo entero es tan sólo casitas de recortable, el río un papel celofán, la luna un Sugus partido a bocaos por la mitad, Sevilla entera una plaza. El universo infinito un desengaño de mitos, las nubes manchas de sal, el sol una flor muy alta. 
Y me dispongo a escribirte simplemente que te quiero, pero gasté eso con otros cuando aún ni comprendía el significado. Y estiro bien las dos manos para teclear que me muero de impaciencia por pudrirme poco a poco y a tu lado, pero me dijeron eso alguna vez y lo creí, y lo ensuciaron. 
Y quiero inventar la lengua que sepa decirte a ti algo que nunca mis manos le hayan dicho a nadie más, porque no eres uno más. 
Encienden el monitor de partículas del día y cruzo la carretera, y los focos me calientan y me piden que me vuelva, y un micrófono pregunta sin hablar. Y les digo que he encontrado El Dorado, todos los templos perdidos, el río de sangre del libro de los profetas pasados, el día nuevo, el Gran Arca, la tumba de Salomón. Porque de toda la gente que te podía tocar, decidiste que yo fuese esa que nunca apartabas. Porque entre todas aquellas que te desearon besar, quisiste besarme a mí. 
Y prometo que algún día encontraré las palabras, aunque no sean la mitad de evidentes que esta vez, la mitad de literarias. Que te diré que te quiero como nunca lo haya dicho, y que me muero por ver todas las vidas y muertes de la existencia contigo, y que quiero ser la madre de cada uno de tus hijos, y que si hay una familia sobre el mundo que merezca ser llamada como tal, sea justamente la nuestra.
Porque he encontrado El Dorado, todos los templos perdidos, el río de sangre del libro de los profetas pasados, el día nuevo, el Gran Arca, la tumba de Salomón, las escrituras sagradas enterradas bajo el Nilo. Porque de tantas mujeres que podían ser tu mujer, quisiste que fuese yo. Porque quieres despertar todas las noches conmigo. 
Y porque pasan los años y por dentro parece que no pasaran, y yo llego cada día con mi mochila hasta arriba de errores y de defectos y parece que te bastan, y te sigues comportando como la primera vez. 
Y el tiempo es sólo falacia, y cada día en tu abrazo es el primero otra vez. 

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