20/9/13

COMO UNA BALA GIGANTE

Este huracán que absorbe entera la ciudad, esta bandada de fieras que intenta sobrevolarlo. Les veo hundirse y se lo escribo. Y sólo les pido a cambio una copa que no afecte, unos labios mordisqueados, una borrachera nueva. Que acaricien mientras caigo el poco amor que dejaron, el poco que aún nos queda. Y que me toques el pelo, y enredarme hasta el cuello entre tus dedos. Las facciones sonrientes de la ausencia, yo muerta de risa allí, esperando el dolor nuevo con los bracitos abiertos. Que puedan vivir sin mí.
Este muro con ventanas que da al río, esta parada de metro muerta de frío. Me habla Sevilla, como los pies a las hojas, oigo el ruido de su roto como el rebote en el suelo de un botón. Su susurro como el viento a las campanas. Como el hambre en la barriga. Es un altavoz de carne, una cuerda que se parte, un silencio asesino impenetrable, un chillido de atención que me desangra la oreja, más agudo que un temblor, más estable que una queja. Como una bala gigante.
Me dice que le llore hundida en ella, que ella sigue, que ella espera. Eso me dices, ¿verdad? Sonríes con los dientes sucios, esquivas mis indirectas para que te las escriba.
Y me duele que insinúen que me fui, porque eso nunca ocurrió, mi cuerpo compró el billete y mi casa seguía aquí. Mi voz no se muda nunca. Pero te quejas, ¿verdad? ¿Es por ver cómo te arrugo las cortinas? No he querido nunca tanto a nadie en toda mi vida.
Dios perdone mis tardanzas, la manera de decirlo, él sacó del barro el agua que me inunda medio cuerpo, él puso en mí tanta tinta para que un día aprendiese a escribirlo. Pero te olvidas, ¿verdad? Ojalá hubiese nacido sólo con huesos y sueño, como un animal cualquiera mudo y cubierto de pelo, sin entender qué es el sol, por qué nos quema de lejos. Pero las sombras se van, cubren, se cansan y vuelven, y aprendemos a jugar, a ignorar a quien nos quiere, a olvidar porque el futuro se asfixia y pesa y nos puede.
Me hablan de dolor ajeno mientras buceo esquivando a pie de playa, compresas llenas hasta las trancas, barcos de papel, cangrejos, joyas bañadas en plata. El golpe sobre la frente, el verano en la cabeza, las piernas sin afeitar, la cintura en su lugar, la manía por hacer ecos, la masacre insoportable de olvidarse de olvidar.
El puzle de la memoria deshecho sobre lo nuevo, el paraguas sin sacar y yo descalza en la acera aguantando el aguacero.
Hago todo lo que puedo, pero te quejas, ¿verdad? Es por símil de conciencia, como anuncian en la tele. ¿Es por ver que te he arrugado las cortinas? No he querido nunca tanto a nadie en toda mi vida.
Dios perdone mis tardanzas, la manera de decirlo, pero sabes que es verdad. No sé cómo soporté haberte querido tanto, pero lo hice y lo sabes, tú lo sabes, tú lo has visto, lo hice de principio a fin, desde aquel primer engaño, desde la primera tarde en que te vi.
Tanto que se me hacía raro, tanto que ya no se ha vuelto a repetir. Más que a nada, más que a nadie. Como a la literatura.
Y ahora cruzo por tus calles como si no fuese nada, como si no te importara. Y tus calles me reciben como una bala gigante. Tú que rompiste mis dedos y compraste mis palabras.
No sé cómo soporté haberte querido tanto, pero lo hice y tú lo sabes, lo hice de principio a fin, desde mi primer engaño, desde la primera tarde en que te vi. Tanto que se me hacía raro. Más que a nada, más que a nadie. Como a la literatura.
Y aún así, gitana mía, después de una noche larga siempre entra rompiendo aguas un viejo, bronceado día. Y aún así, te levantas de la cama, cubres con todo el cuidado la almohada, y en la calle sólo encuentras restos de tus pesadillas. Sigue fuera la matanza, y aún así sigues tragando, todavía sin masticarla, la mayor de las espinas.
Y hago todo lo que puedo, pero te quejas, ¿verdad? ¿Es por lo de las cortinas? No he querido nunca tanto a nadie en toda mi vida. Tanto que me vino grande, tanto que ya no se ha vuelto a repetir. Más que a nada, más que a nadie. Más que a la vida y al aire.  
Y a ti también te perdí.

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